Día 29.
En la entrevista con Puri Beltrán y Miriam Fernández de la Cadena Ser, otra entrevista realmente magnífica, en la que me sentí muy cómodo, surgió el tema del punto de vista desde el que está escrita la novela. “Es sorprendente la mirada tan limpia que tienes”, me dijeron, como una de las cosas que más les había llamado la atención. “Nuestros padres suelen hablar de esa época con bastante amargura, pero tú no”. “Tampoco haces ninguna crítica política”, insistían.
Porque yo recuerdo todo lo de aquella época con alegría; y, por otra parte, realmente yo no era consciente en aquel momento de los problemas políticos, como no lo era ninguno de los chicos de mi edad. Incluso el ver los retratos de Franco y Jose Antonio en la cabecera de la clase, un poco por debajo del crucifijo, nos parecía de lo más normal, porque no conocíamos otra cosa. Todo lo que ocurría lo veíamos como un espectáculo sin más, sin que fueramos conscientes realmente de la situación social y política.
“¿Pero cómo puedes lograr esa mirada tan limpia con todo lo que ocurría alrededor?”, insisten.
Porque yo cuento todo lo que sucede en la novela con los ojos de un niño. Y no me salgo de ese punto de vista. Mirando desde ahora, pasado el tiempo, claro que podría juzgar todo lo que pasaba entonces, pero yo prefiero mantener durante todo el relato esa mirada ingenua e inocente de la infancia. Un niño no es capaz de juzgar verdaderamente si una cosa es mala o buena, ese sentido ético de los cosas se va adquiriendo más tarde. Un niño solo advierte que una cosa es mala si ocurre alguna desgracia a alguien cercano; eso también se cuanta en la novela, cómo los chicos van aprendiendo de la vida con las diversas experiencias. Pero no hay juicios sociales o políticos.